Mi amiga Silvia, de la que ya he hablado, hizo sus prácticas de final de carrera con Josep Peñarroja, portavoz de la Asociación de Traductores e Intérpretes Jurados de Barcelona. Pues miren ustedes por dónde que hoy me he levantado con un artículo bien interesante de El País en el que Peñarroja se explaya, y con toda la razón.
Resulta que un indeseable de nombre Mohamed Brahim, traductor jurado habilitado por el Ministerio de Exteriores (combinación árabe-español, supongo) ha estado haciendo su agosto hasta que la asociación de la que Peñarroja es portavoz ha dado la voz de alarma. Me explico.
Resulta que Brahim, profesional donde los haya, ha estado delegando aquello de traducir y de jurar a unos cuantos amigos suyos por toda España. Como sabrán, la habilitación como traductor jurado es personal e intransferible, pero Brahim, ese hombre, no atiende a esas menudencias y delega en gente sin habilitación, y sin preparación alguna. Claro, luego le denuncian y se queja, y arguye que si es que es moro, que si le tienen manía y le persiguen. Viva.
Cuando le preguntan que cómo es que puede traducir tanto y tan rápido, porque recordemos que ÉL y solamente él tiene que hacer el trabajo, comenta que es que “trabaja con internet y se ha modernizado mucho”. Claro que sí, hombre, claro que sí. Y que es que él “revisa todas y cada una de las traducciones que se entregan, porque él el ordenador lo lleva siempre consigo”. Total, con dejar folios firmados en cada una de sus franquicias nos sirve ¿no?
Y Peñarroja le contesta: No.
Si es que cómo somos los españoles de racistas. No puede ser. Tendríamos que hacer como Brahim todos y modernizarnos un poco, que se ve que los demás esculpimos nuestras traducciones en piedra y por eso tardamos tanto.
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