Después de mucho tiempo sin escribir, vengo hablarles de un concepto teórico que me parece muy interesante: la unidad de traducción (UT). Concretamente de la UT desde el punto de vista funcionalista. Se preguntarán «¿y a ésta que le ha picado ahora?». Pues es que estuve leyendo unos artículos de nuestra querida Christiane Nord (en la foto; ¡ah! por cierto, les recomiendo releer los posts que ya le dedicó Roberto cuando estuvo por la UJI de visita) y me entraron ganillas de contarles cosas sobre este tema.
Desde que a los traductores les dio por convertirse en traductólogos se ha dicho mucho sobre la UT y, como siempre, cada uno ha dado su opinión y si les gusta bien y si no pues busquen a otro teórico, que los postulados son diferentes pero igual de válidos.
Según lo propuesto por Vinay y Dalbelnet, dentro de la corriente de la estilística comparada, la UT es el segmento más pequeño de enunciado que puede traducirse. Casi lo mismo opinaba Otto Kode, de la escuela traductológica de Leipzig: la UT es el fragmento más pequeño de texto origen que puede sustituirse por otro equivalente en lengua meta.
Desde el punto de vista de la lingüística, Barchudanow defendía, por allá por 1979, que la UT se puede encontrar en todos los niveles del habla; y Koller (1992), que puede encontrarse tanto en unidades pequeñas —como la terminología, los sintagmas u oraciones— como en el texto completo.
Cuando la lingüística se separó un poco del papel, vio que había algo mayor y apareció la lingüística textual, el enfoque se tornó más pragmático. Neubert, también de la escuela de Leipzig, define la UT como un «entidad pragmático-lingüítica». Reiss y Vermeer afirman que la UT primaria es el texto.
Según el enfoque psicolingüístico de König y Krings, basado en investigaciones de centradas en el traductor, llevadas a cabo con ejercicios del tipo TAP (Think Aloud Protocols), la UT no existe como tal, cada individuo se forma por intuición sus propias unidades según sus capacidades lingüísticas y traductoras. (Por cierto, me declaro fan incondicional de todos aquellos traductólogos y, por extensión, teóricos de cualquier disciplina, que llegan y dicen «lo que estamos investigando no existe» y se quedan tan anchos.)
Dentro del enfoque funcionalista, algunos autores como Newmark proponen que la UT debe ser lo más pequeña posible; otros, como Bassnett o Lefevere, defienden que incluso «la cultura» puede ser unidad de traducción («¿Estamos locos o qué?», digo yo al respecto).
Y entonces llega Nord y nos hace ver que todos los enfoques anteriores consideraban la UT como algo «lineal», un fragmento de texto desde una palabra determinada a otra. Y, en realidad, según la traductóloga alemana, no tiene por qué serlo.
Nord da un vuelta más de tuerca al debate y nos propone la existencia de «unidades verticales». ¿Verticales? ¿Mande? En realidad es muy sencillo: si analizamos el texto en su totalidad podremos encontrar diferentes elementos con funciones comunicativas —referencial, expresiva, apelativa, fática— similares.
Además, en el texto encontraremos por fuerza indicadores de cada función, que pueden estar representados en diferentes niveles del texto: textual —macroestructura—, oracional —indicadores sintácticos—, en el nivel de la palabra —indicadores léxicos—, o incluso en el del morfema —indicadores morfológicos—. Por lo tanto, cada «red» de elementos que comparten una función será un unidad de traducción vertical, sean estos elementos indicadores del tipo que sean.
Nord propone que en proceso de traducción se identifiquen, en primer lugar, los indicadores funcionales relevantes para el texto meta y que, posteriormente, se decida si pueden emplearse tal cual o deben adaptarse, ya que los indicadores funcionales obedecen a convenciones específicas de cada cultura.
Dado que cada función puede señalarse en el texto en diferentes niveles y con indicadores también diferentes, el traductor deberá «intentar respetar» las funciones comunicativas en la proporción en la que aparecen en el texto origen, sin necesidad de traducir cada elemento uno por uno. Lo ideal es identificar las funciones representadas en el TO y reproducirlas en el texto meta con los indicadores funcionales propios de la cultura de la lengua meta. Así mismo, es preferible reducir la cantidad de indicadores funcionales y evitar enunciados extraños para la cultura meta.
Por lo tanto, al intraducibilidad desaparece. Un ejemplo, es el caso de fenómenos textuales como podrían ser los juegos de palabras, que podrían traducirse sin problemas por otro fenómeno con la misma función comunicativa.
Nord plantea también este enfoque funcionalista en la enseñanza de la traducción, donde propone que se motive a los alumnos para que se centren en las funciones del lenguaje y se consiga, de este modo, lograr naturalidad y funcionalidad.
Pues eso, que si están de acuerdo con Frau Christiane, más fijarse en las funciones comunicativas y menos en si este chiste lo traduzco por otro igual.