miércoles, 15 de diciembre de 2010

Y decimos adiós, y pedimos a Dios



Hoy les escribo de luto, como lo oyen, por la muerte de Valentín García Yebra. Y es que por mucho que la muerte sea anunciada, y a los 93 años pues ustedes comprenderán que algo así tenía que pasar tarde o temprano, no es por eso menos dolorosa.

Por alguna razón que desconozco tengo una gran simpatía hacia García Yebra. De hecho creo que el primer libro sobre algo relacionado con la traducción que yo cogiera en la universidad estaba escrito por él. Además, mi profesora de español por aquel entonces, y de lingüística aplicada también, siempre lo tenía en boca.


Y además, no nos engañemos; alguien que se llama –o se llamaba- Valentín tiene que ser por fuerza alguien afable, digo yo. Porque el nombre Valentín es de origen latino, y significa “el que tiene gran fortaleza”. Y si además hacemos caso de las características que se le asocian al nombre nos encontramos con que García Yebra era una persona honesta y de buenos modales. Alguien que se interesaba por todo, observador e intuitivo. Una vez más, yo no lo conocía, pero me parece que la descripción podría haberle venido genial.


Y con este post yo quería rendirle homenaje de alguna forma, así que me puse ayer mismo a leer sobre su obra y milagros.


Y me enteré, porque no lo sabía, que el señor era la ene de la RAE desde 1984. Ser padre de la ene es complicado, y si no ya me contaran: ene tiene necesito (y más aun si hay un “te” delante), la ene del norte –ese que a veces se pierde-, pero también del necroturismo. Tienen ene los nerds, y los nazis, y nosotros. El poder que encierra el no tiene ene, y ene tiene mi némesis. También las ninfas, o la nebulosa, o la nintendo con que jugaba. Ene de naufragio (todo en ti fue naufragio), de narcotraficante, y de nula, porque si una cosa es cierta, es que la que es nula es nula.


Y García Yebra dedicó su discurso de entrada en la RAE a la traducción, a la "Traducción y enriquecimiento de la lengua del traductor", para ser exactos. Es un discurso largo, ya lo leerán, en el que se habla de la eternal dicotomía de la fidelidad, de la historia de la traducción y de procedimientos lingüísticos que usamos en traducción, como el calco, o el neologismo, o el préstamo.


Porque García Yebra se declara un neologista nato, y vive Dios que yo también, como ustedes ya saben. Y vaya por delante que el ser neologista es complicado, porque, en sus propias palabras, y por desgracia: No está al alcance de cualquiera adaptar a una lengua, fónica y morfológicamente, palabras de otra.


García Yebra se licencia en Filosofía y Letras en la Universidad de Madrid y desde ese mismo momento empieza a relacionarse con el mundo de la traducción. No en vano su tesis ya recibe el nombre de “Las traducciones latinas de la metafísica de Aristóteles”. Ahí queda eso.


Y de ahí, obtener el Premio Nacional de Traducción en 1998 no había más que un paso, porque memorable fue, entre otras, sus ediciones trilingües (griego, latín y español) de la Poética y la Metafísica de Aristóteles.


En cuanto a traducción, pues bueno, de todo hay en la viña del Señor, y García Yebra tuvo unas cuantas publicaciones, entre las que se encuentran, entre otras, En torno a la traducción. Teoría. Crítica. Historia (1983), Teoría y práctica de la traducción (1984) o En torno a la traducción (1989).


Su artículo “Desajustes gramaticales” le valió el Premio Nacional de Periodismo Miguel Delibes de la Asociación de la Prensa de Valladolid. Un artículo genial, si me lo permiten.


Y como tampoco quiero hacerlo demasiado largo, voy a dejarles con una reflexión acera de la didáctica de TeI del mismo García Yebra en el discurso que les mencionaba arriba. Y con esto me despido de ustedes por hoy:


(…) Mas, para poder exigir, habría que dar previamente. Habría que dar a nuestros traductores una formación sólida, una formación adecuada a lo que desearíamos exigirles. La piedra angular de esta formación tendría que ser un conocimiento magistral de nuestra lengua.

Desde hace una docena de años se han ido creando en España escuelas universitarias de traductores. Conozco el buen funcionamiento de alguna de ellas. Pero dudo que sus planes de estudio puedan dar a bachilleres bisoños el necesario conocimiento teórico y la destreza en el manejo del castellano que ni siquiera suele adquirirse durante los cinco años de una licenciatura.

Seamos, a pesar de todo, optimistas. Esperemos que nuestras autoridades docentes, antes de otros diez años, comprendan la importancia de la traducción para nuestra cultura y para nuestra lengua. Esperemos que se decidan a prestar el necesario apoyo a los Centros encargados de formar traductores. (...)

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