viernes, 24 de septiembre de 2010

La socialización secundaria del traductor


Hola amigos

Antes que nada, sepan ustedes que les escribo desde otro país. Sí, sí, como lo oyen, que ahora vivo en Inglaterra, oigan, pero que yo les escribiré tanto, o más, que como lo he estado haciendo hasta este momento, eh. Y no se preocupen, que Marta también.


Hoy vengo a contarles algo que les he comentado mil veces ya, pero hoy tengo un caso práctico para que juzguen ustedes mismos.


Y es que la socialización del traductor es algo complicado, y de esto la doctora Esther Monzó sabe un rato. Para los que no lo sepan, la socialización es el proceso por el que el individuo encuentra su sitio en la sociedad. Existe una primera socialización, igual para todos, en la que aprendemos a peinarnos, a hablar, a vestir de forma más o menos decente (unos más que otros, claro) y esas cosas que hacen los niños. Luego viene la segunda socialización, la profesionalización, el proceso por que el que el individuo se forma y se sumerge de forma definitiva en el tejido social-laboral. La doctora Monzó habla de una socialización terciaria en el caso de los traductores, pero de eso ya les hablo otro día.


La cosa es la socialización secundaria, la que nos hace profesionales. Y esto está muy relacionado con la visibilidad de la profesión también, aunque no se lo crean. Porque esto es una doble vía, oigan, porque por una parte es la sociedad la que debe reconocer el colectivo de traductores, pero a la vez debe existir un sentimiento de comunidad, de cohesión, entre los mismos traductores; porque si no no hacemos nada. La idea es hacerse hueco y que la sociedad lo acepte sin problemas, si no, al menos desde mi punto de vista, la socialización secundaria no es total, no hay legitimación social de esa socialización.


Y la verdad es que ni lo uno ni lo otro. Fíjense que antes de venirme para acá, el país en el que para abrirte una cuenta bancaria necesitas la intercesión de alguna deidad aleatoria, me pasé por mi banco de tota la vida para pedirles un certificado de que soy tobuencha, esto es, de que no les he robado dinero, que pago mis cosas, etc.

Y claro mi banco se niega, porque dice que ellos pueden certificarme que hasta hoy he sido tobuencha, pero claro, que no van a poner la mano en el fuego por mí. Y yo lo entiendo, que con la que nos ha traído Zapatero a ver quién se fía de nadie... (Por favor si no captas la ironía deja de leer este post).


La cosa es que lo necesito en inglés y el mozo me comenta que vaya a recogerlo al día siguiente. Porque una cosa es en español, que me lo hace al momento, pero en inglés, no, porque lo tienen que redactar.


A todo esto le comento, casi con una sonrisa en los labios, que es que yo soy traductor y esas cosas. Y el muchacho, ni corto ni perezoso, me dice que si me lo traduzco yo mismo en la oficina me lo pasa a limpio y a la marcha.


Y yo lo hago. Y que sepan que nadie me pidió una mínima certificación de que soy traductor, ni nadie revisó mi trabajo. Y, claro, ustedes piensen que podría haber escrito en el certificado lo que me hubiera dado la gana y decir que era tobuencha, que es lo que mi banco en Inglaterra quería. Y con la firma y el cuño, que vengan y me reclamen, que yo no he traducido nada.


Les parecerá una tontería pero, ¿dejarían que alguien que no conocen les diseñara los planos de su casa de campo? ¿Harían caso a un supuesto médico que en un parque les comenta que coman rúcula para los gases?


Y en cambio sí, lo hacemos con la traducción. Señores, socialicemos, socialicemos. Que aquí, socializar o morir.

P.S.: Miren esto que he encontrado, que es guay.

1 comentario:

mensajes claro gratis dijo...

"La cosa es la socialización secundaria, la que nos hace profesionales."

Tienes mucha razon.