Recuerdo el día en que en la clase de Terminología estudiamos la definición como concepto de estudio, con Arntz y Picht y los demás. La verdad es que tampoco presté demasiada atención, pero desde luego no me pareció fácil en absoluto. Definir es acotar, y aunque parezca fácil en realidad no lo es tanto.
Porque lo correcto en una definición cambia según a quién vaya dirigida, según a qué tipo de diccionario nos refiramos. Y para eso tenemos cinco reglas básicas que, la próxima vez que hagamos un diccionario, podremos utilizar y dejar a las gentes muertas en la bañera con el secador en la mano con nuestra forma de definir.
Regla 1: La definición debe indicar los atributos esenciales de la especie. Lo que significa que no mencionaremos de un "perro" el hecho de que come y bebe (porque no es esencial) pero hablando de "zapato" sí tendremos obligatoriamente que mencionar su función por encima de su forma, algo que no es esencial
Regla 2: La definición no debe ser circular, como le pasa al señor de arriba.
Regla 3: La definición no debe ser demasiado amplia ni demasiado estrecha, así que ni definiremos "manzana" como "fruta roja y rendonda", porque de manzanas hay amarillas y verdes ni definiremos, como le pasó a los sucesores de Platón en la Academia de Atenas que se quedaron más a gusto que nadie al definir "hombre" como "bípedo implume", hasta que llegó Diógenes y les lanzó a los pies un pollo desplumado. Esto es cierto.
Regla 4: La definición no debe formularse en un lenguaje ambiguo, oscuro o figurado. Y es que no es elegante, ni adecuado para legos como un servidor, definir "red" como "cualquier cosa hecha con vacuidades intersticiales" porque me deja que ni frío ni calor, vaya.
Regla 5: La definición no debe ser negativa, cuando puede ser afirmativa; y es que una definición debe decirnos lo que significa algo, no lo que no significa.
Y ustedes dirán: Mmm sí, claro, pues aplícate la regla cinco, majo, y dinos cómo definir en vez de cómo no definir. Y la verdad es que tienen razón, así que les paso este ppt que hay por la red que la verdad es que está muy bien y es bastante accesible.
Eso sí, para definiciones no hay nada mejor que el prólogo al Diccionario Clave de uso del español actual, escrito, el prólogo, claro, por García Marquez:
(...) Nunca vi el diccionario como un libro de estudio, gordo y sabio, sino como un juguete para toda la vida. Sobre todo desde que se me ocurrió buscar la palabra amarillo, que estaba descrita de este modo simple: del color del limón. Quedé en las tinieblas, pues en las América el limón es de color verde. El desconcierto aumentó cuando leí los versos de Lorca: En la mitad del camino cortó limones redondos y los fue tirando al agua hasta que la puso de oro. Sólo a los veintitantos años, cuando fui a Europa, descubrí que, en efecto, los limones son amarillos. Para entonces ya había hecho un rastreo a través de otros diccionarios. El Larousse y el Vox se sirvieron también de las referencias del limón, pero sólo María Moliner hizo la precisión implícita de que el color amarillo no es el de todo el limón sino sólo el de su cáscara. Pero ella había sacrificado la poesía del Diccionario de Autoridades, que en 1726 describió el amarillo con un candor lírico: color que imita el del oro cuando es subido, y a la flor de la retama cuando es bajo y amortiguado. Todos los diccionarios juntos, por supuesto, no le daban a los tobillos al más antiguo, compuesto en 1611 por don Sebastián Covarrubias, que había ido más lejos que ninguno en propiedad e inspiración para identificar el amarillo: entre las colores se tiene por el más infelice, por ser el de la muerte y de la larga y peligrosa enfermedad, y la color de los enamorados. (...)