viernes, 1 de octubre de 2010

San Jerónimo, o la velocidad del traductor


Hola a todos

Hoy es 30 de septiembre, y llueve en la coqueta localidad inglesa en que me encuentro. Sin embargo déjenme que haga un post rápido para desearles un feliz día a todas las traductoras hembra y traductoras macho del mundo, que hoy es San Jerónimo.

Y ya que estamos, pues veamos un poco así más a fondo por qué este señor es el patrón de la profesión, ¿no? Veamos.

Jerónimo de Estridón fue un señor que tenía don de lenguas y le gustaba explicar las cosas. Fíjense ustedes que de bien pequeñito el señor hablaba latín y griego y tenía el hebreo como lengua C. Ya me dirán cómo voy a competir yo con mi inglés y mi francés frente a un señor que hablaba latín así andando por casa. Pero en fin.

La cosa es que tradujo la Biblia al latín porque hasta entonces el Libro sólo estaba en griego y en hebreo, amén de algunos intentos en latín hechos por gente lega, aka losers que acabarían siendo secretarias con idiomas. A su traducción se lo conoce como la “Vulgata” y dicen las malas lenguas sirvió para acercar al pueblo romano las Sagradas Escrituras.

Como la lengua C no la llevaba así como muy fluida, pues el señor se mudó a Belén para poder traducir con mejores resultados los Sagrados Testamentos. Con dos cojones. Se instruyó, pues, en la correcta interpretación de las Escrituras y durante 23 años (del año 382 al 405) se dedicó a la traducción tanto del Nuevo, como del Antiguo Testamento.

Ahora dediquemos un momento a pensar una cosa. ¿23 años? ¿23 años para traducir la Biblia? ¿En sirio? Espero que le pagaran a 50 eurazos la palabra (o eso o que Dios le diera de comer), porque si no ya me dirán ustedes cómo rentabilizamos esto.

Porque seamos sinceros, la mejor traducción no es la que está mejor hecha, así, en abstracto, sino la mejor respecto al tiempo que uno tiene. Y eso que yo quiero romper una lanza a su favor porque el buen señor no tenía intenet, ni diccionarios, ni un corpus paralelo y comparable. Pero claro, tenía a Dios de su lado, y eso tendría que desequilibrar la balanza a su favor, digo yo, que a ver quién juega con el Altísimo.

Además a San Jerónimo se le conoce por sus frases célebres y sus escritos. Y si no miren su famosisísimo “non verbum e verbo, sed sensum exprimere de sensu” o lo que viene siendo lo mismo, “no expresando palabra por palabra, sino sentido por sentido”, una de las frases más célebres que usan los traductores para presentar las virtudes de nuestra profesión que aparece en Ad pammachium de optimo genere interpretandi.

Pues sí, como lo están leyendo, otro que desdeña el signo lingüístico en favor del sentido, es decir, otro más en el clan Seleskovitch.

Y así están las cosas, que tampoco tengo mucho tiempo hoy para escribirles que empiezo a trabajar dentro de dos horas escasas y primero tengo que escalar una montaña (para llegar a mi escuela, claro).

Pasen un feliz día.

P.S. Me acabo de quedar muerto en la bañera con el secador en la mano. Porque sí, porque San Jerónimo será muy del clan Seleskovitch y diría lo del verbum y verbo, pero miren qué he encontrado también:

“Es interesante comprobar los criterios a los que se atuvo el gran biblista en su obra de traductor. Los revela él mismo cuando afirma que respeta incluso el orden de las palabras de las Sagradas Escrituras, pues en ellas, dice, «incluso el orden de las palabras es un misterio» (Epístola 57,5), es decir, una revelación.”

¿Cómo se quedan? ¿Respetar el orden de las palabras? ¿Degradarnos a una mera actividad de signos lingüísticos? Y esto no lo digo yo, que mi fuente no es otro que Susan (tidad). Madre mía, que se me cae un mito. Y pobre Seleskovitch, que le he encontrado a un Judas entre sus filas (!!)

1 comentario:

Marta dijo...

Me encanta la historia de San Jerónimo y sus 23 años para traducir las santas escrituras, la verdad es que se lo tomó con calma. ¡Qué vida más tranquila tenían los traductores de antaño!