Que sepan que les escribo desde Estambul, capital de la cultura 2010 y esas cosas. Pero aun así, en vez de pasearme por el Bósforo me quedo y les escribo. Porque yo soy así, de los de dues vegades bo, bo-bo. Pero en fin, que hoy vengo a romper una lanza en favor de la teoría, y de la importancia de la teoría en los estudios de TeI.
Es bien cierto, y esto no lo digo yo, sino que lo dice Hurtado (1996:151) que:
La traducción es básicamente un “saber cómo”, un conocimiento operativo, y como todo conocimiento [operativo] (…) se adquiere (…) por la práctica; el traductor no necesita ser un teórico, y no es necesariamente traductólogo o lingüista.
De hecho es ya Holmes (1972) la que define esas tres ramas del saber traductor, a saber, estudios puros, descriptivos y aplicados. Pero no me negarán que esta taxonomía, que nos es útil para el estudio puntual y la delimitación ad hoc, es una mera quimera: todo está imbricado. Todo.
Porque los necios me dicen que no necesitan de la teoría para traducir. A lo que yo les digo: ¡a callar! Porque, para empezar, la mayoría de teorías surgen de la práctica traductora, a fin de explicar el cómo, y el por qué de lo que hacemos. Porque básicamente la traducción no puede ser considerada una disciplina autónoma si no hay teorización al respecto. Le pese a quien le pese.
Pero la imbricación también ocurre en sentido opuesto, no se vayan a creer. Cuando traducimos, siempre acudimos a una teoría, aunque sea de forma intuitiva. El traductor debe justificar sus elecciones, y, al hacerlo, está teorizando al respecto. Aunque su base teórica sea “ser fiel a lo que dice el original”. Señores, pues eso es ya una teoría, no sé cómo lo verán. La teoría es intrínseca a la praxis.
Además, gracias a la teoría creamos un sentimiento de colectividad muy relacionado con la socialización secundaria del traductor, un tema al que últimamente recurrimos sin parar. Porque piensen ustedes que cuando los estudiantes salen de las facultades han de ser también portadores y transmisores de una una tradición, la de la traducción. Vale que es una disciplina joven, pero por eso mismo es importantísimo apuntalar todos esos valores profesionales en los traductores noveles.
Esto es como el cocinero que trabaja sin tener ni idea de lo que hace: ha repetido los mismos platos mil veces y cocina bien, pero no es un verdadero cocinero. No me negarán que si supiera e indagara en los gustos de sus comensales, en recetas que se han usado antes con esos mismos ingredientes o en los mismos ingredientes, el cocinero sería mil veces mejor de lo que pueda llegar a ser. ¿o no? Pues lo mismo con la teoría.
Mención a parte merece el cuándo se ha de introducir laa teoría a los translators trainees, así, como asignatura. Fíjense que yo tuve Teoría y Metodología de la traducción en primero de carrera, y quise morir. Quise morir porque no me enteraba de lo que pasaba, ni de qué me estaban hablando. Ahora el plan ha cambiado en mi querida UJI, y la Traductología se deja para tercero de carrera. Mejor.
De todos modos creo que teorizar en las clases más prácticas, en los laboratorios de traducción, unca está de más. Más bien al contrario. Así lo hacía ya María Calzada en primero, por ejemplo.
Y poco más, voy a tener que dejarles, que me voy a hacer cosas importantes.
Ya hablamos.
2 comentarios:
Me alegro tanto de ese cambio en el plan de estudios de la UJI. Yo siempre lo dije: esa asignatura puede ser genial cuando ya te has enfrentado a la tarea de traducir, cuando ya tienes algo más de perspectiva para poder comprender lo que los traductólogos elucubran, porque puedes ver reflejadas sus ideas en la práctica de lo que has estado haciendo hasta el momento.
"El traductor debe justificar sus elecciones, y, al hacerlo, está teorizando al respecto".
Totalmente de acuerdo.
Además, coincido con Marta y contigo en lo de esa asignatura. Supongo que pasa en varias carreras, pero por lo que parece, en la vuestra, una asignatura así se aprovecharía más y mejor en otro curso que no sea 1º.
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