viernes, 22 de enero de 2010

Jakobson, Cabré y los sinónimos


Jakobson (1959) hablaba de tres tipos de traducción. A saber:
-traducción interlingüística, o traducción propiamente dicha. Es la que se da entre sistemas lingüístico-culturales diferentes. (perro-chien)
-traducción intralingüística o reformulación. Es la que se da dentro del mismo sistema lingüístico-cultural (por ejemplo, en traducciones diacrónicas, o por cambio de registro)
-traducción intersemiótica. Es la que se da entre sistemas semióticos diferentes (por ejemplo, una señal de STOP y su significado)
Bueno, pues va y resulta que María Teresa Cabré, que ha entrado con fuerza en mi vida por la asignatura de Terminología, propone la misma clasificación cuando habla de sinónimos. Ahora bien, ¿nos parece bien entender como sinónimos un ejemplo de sinonimia interlingüística o intersemiótica? ¿qué me comentas?
Jakobson llamaba “traducción” a ejemplos de los tres tipos , aunque reconocía que sólo la traducción interlingüística era la verdadera traducción. Entiende en todo caso la traducción como un acto comunicativo demasiado amplio ¿no? Visto así toda interpretación de signos posible sería un ejemplo de traducción.
Y rizando el rizo: ¿no es la sinonimia interlingüística un ejemplo de traducción interlingüística? ¿y la sinonimia intersemiótica, traducción intersemiótica? ¿hablan de lo mismo?
Sin embargo, mientras Jakobson reconoce que la traducción que nos interesa es la interlingüística, Cabré sigue con todo el equipo para alante. Como Juana de Arco y los cañones. Maria Teresa, cielo, decir que perro y chien son sinónimos me estresa, si te soy sincero. ¿No podemos hacer como otros terminólogos y aceptar como sinonimia sólo la intralingüística?
Pues eso. Pórtense bien.
Les dejo con una foto de Cabré, que luego, al conocerlos por sus apellidos, no sabemos si son hombres, mujeres o viceversa:

sábado, 16 de enero de 2010

La vida secreta de las palabras

No hay nada que pueda medir el poder que oculta una palabra. Podremos contar sus letras, lo que ocupa en un papel, los fonemas articulados con cada sílaba, su ritmo... Y sin embargo, el trasfondo verdadero de las palabras, el que contiene su capacidad de seducción, se desarrolla en los lugares más recónditos del ser humano.

Si hay algo que discutimos en clase de traducción es el hecho de si cualquier persona puede traducir. Hemos tocado en parte la traducción natural (por cierto, no olvido que les debo una continuación de las ideas de Schlesinger), hemos hablado de Hurtado y las competencias de un traductor, y ahora hablaremos de la propia vida de las palabras.

Las palabras tienen una historia, una etimología, pero también una vida propia. Las palabras evocan significados ocultos que incluso cuando las pronunciamos no somos conscientes de su existencia. Pero allí están.

Me comentaba mi amiga Silvia, intérprete profesional, que haciendo su master no podía competir con las bilingües alemanas que podían prever el verbo al final de las frases y de ese modo adelantarse al mismo ponente. Lo mismo pasa con los niños, que conocen la lógica de su lenguaje, asumen concordancias y conjugaciones y se aventuran en frases del todo lógicas como “no cabo” o “se me ha rompido”.

Igualmente los niños interiorizan los significados de las palabras y, al mismo tiempo, afianzan matices de toda su historia y de todas las personas que las han usado. Las palabras evocan, y cualquier definción de diccionario se queda siempre corta porque no puede captar todo lo que esa palabra lleva detrás y que nosotros, como hablantes nativos, tenemos más que interiorizadas en alguna parte de nuestro subconsciente.

¿Podríamos decir entonces que no hay sinónimos? Miremos madre y mamá; no es lo mismo. Miremos empezar y comenzar, y démonos cuenta de que nunca diríamos “Niño, no comiences...” sino “Niño, no empieces...” ¿Por qué? Porque sí, y punto. No hay más. (viva la psicolingüística).

Dejen comentarios y rebatan, que para eso les pago.