Hoy me apetece hablarles de un tema más cercano a la psicolingüística que a la traducción, pero oigan, no siempre íbamos a estar hablando de lo mismo.
Hace poco más de un mes, me preguntaron mi opinión sobre qué va antes: ¿el concepto o la palabra? Si bien con el tema de la gallina y el huevo tengo más dudas, con éste no dudé ni un segundo: el concepto. ¿Cómo puede la existencia o no existencia de un significante determinar la existencia de un significado? La pregunta acabó en debate sobre la hipótesis de Sapir-Whorf y la influencia de la lengua y las palabras en la compresión de algunos conceptos. Yo cada vez veía menos claros mis argumentos y el debate quedó en tablas —pero con esa extraña sensación de que se tiene la razón pero no puedes explicar por qué, ¿saben?—.
Más tarde descubrimos el artículo del NY Times, Does your language shape how you think?, que de lo que realmente quiero hablarles en este post. Me pareció tan interesante que voy ha hacerles un pequeño resumen de su contenido, luego ya si eso se lo leen entero.
En 1940, Benjamin Lee Whorf —sí, el de la hipótesis— escribió un artículo sobre el poder del lenguaje a la hora de configurar cómo vemos el mundo que nos rodea. Grosso modo, Whorf planteó que la lengua materna se comporta de forma restrictiva y determina nuestra comprensión de ciertos fenómenos o conceptos. Concretamente, Whorf afirmaba en su artículo que los hablantes de las lenguas indígenas americanas no eran capaces de diferenciar entre objetos y acciones o comprender el paso del tiempo.
Por falta de pruebas reales, la teoría de Whorf se fue a pique y, fíjense cómo somos, que visto el garrafal error de nuestro Benjamin, durante décadas hemos dejado olvidada la investigación sobre la influencia de la lengua en nuestra concepción de lo que nos rodea. Sí, Whorf se equivocó con sus rotundas afirmaciones sin fundamento, pero eso no quiere decir que las palabras no afecten a nuestra forma de ver el mundo. Roman Jackobson, 50 años más tarde, dio con la clave el asunto: la influencia de la lengua no depende de que lo nos permita o no expresar, sino de lo que nos obligue expresar.
Y para muestra, un botón. Mientras en inglés puedes hablar de tu vecino —your neighbour— sin especificar si se trata de un hombre o una mujer, en otras lenguas como el alemán o el español necesariamente tendrás que elegir Nachbarn o Nachbarin, vecino o vecina. Esto no significa que un anglohablante no comprenda que puedes tener vecinos hombres y mujeres, simplemente, en su idioma, no necesita especificarlo.
Esta obligación de algunas lenguas de especificar el género influye en como los hablantes de la lengua ven aquello que los rodea. Atención a lo que se ha descubierto, de nuevo con el alemán y el español:
Muchas palabras que en español son masculinas como «tenedor», «puente» o «reloj», son femeninas en alemán: die Gabel, die Brücke o die Uhr. Los hablantes de español, por defecto atribuyen a estas palabras características propias de los hombres como «fuerza», mientras que, cuando los alemanes piensan en estos objetos, lo que les viene a la mente es «elegancia» o «esbeltez». Y viceversa con la palabras que son femeninas en español y masculinas en alemán.
Y aún hay más, no sólo los géneros nos obligan a ver el mundo de color u otro. También el lenguaje espacial que utilizamos para orientarnos determina nuestra concepción de lo que nos rodea. Miren, hay lenguas, como la nuestra, en las que es más frecuente utilizar un sistema de orientación egocéntrico. Piensen en cuando dan instrucciones para llegar a algún sitio: «vaya hacia delante y en la primera bocacalle gire a la derecha…»; siempre desde su punto de vista. En cambio otras lenguas se basan en los puntos cardinales incluso para la orientación a pequeña escala, por lo que un hablante de, por ejemplo, Guugu Yimithirr —lengua aborigen australiana— nos indicaría: «vaya hacia el Norte y gire en la primera bocacalle hacia el Este…». Y así con todo, desde indicar dónde has dejado la llaves: «en el Oeste de la cómoda»; a explicar pasos de baile: «un paso al Este, dos hacia el Sur».
Interesante, ¿verdad? Les animo a que lean todo el artículo de Guy Deutscher, investigador en la Escuela de Lengua, Lingüística y Cultura de la Universidad de Manchester, que está lleno de ejemplos muy curiosos.
1 comentario:
Qué buen debate =). Pobres Sapir y Whorf, que pasaron a convertirse en paradigma de modelo caído... En fin, la ciencia no tiene piedad.
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