En primer lugar, tengo que dar las gracias a Rob por la genial presentación que ha escrito, que ha conseguido que incluso me ruborice. Como sabéis me ha dejado el listón muy alto con sus artículos, así que espero que los lectores no sean muy críticos conmigo al leer estos mis primeros posts. Venga pues, manos a la obra. ¡Que lo disfruten!
Hace un par de días decidí pasar una tarde tranquila con palomitas y un documental. Concretamente, uno sobre el doblaje, dirigido por Alfonso S. Suárez, Voces en imágenes (aquí, el tráiler). El documental no trataba sobre traducción audiovisual, nada que ver, sino sobre la labor de los actores de doblaje o dobladores. Un apunte: muchos profesionales rechazan esta designación, porque ellos no van por ahí doblando papeles ni vigas como el robot Bender de Futurama —curioso que bend sea «doblar» y bender también signifique «juerga»—. Bueno, al grano, que me sale mi puntito freak y me puedo aquí tirar horas hablando de nada. Como iba diciendo, en el documental, actores y actoras de doblaje hablaban de su trabajo diario, gajes de la profesión y anécdotas.
Pues bien, resulta que los actores de doblaje se lamentaban de su poco estatus socioprofesional, de que el trabajo no era muy agradecido, de que el reconocimiento de la sociedad era poco, de que sí, estás ahí, pero la gente lo único que ve es al actor original… Y no pude sino pensar en el colectivo que más de cerca me toca. En la cadena del doblaje el traductor audiovisual es el último mono. Porque por lo menos a los actores se les respeta en el estudio de doblaje, pero es que a los pobres traductores se les tiene por simples maquinitas que pasan un texto de un idioma a otro como si fuesen el Google Translator (y no me vayan a decir que eso es un traductor, ¡que me enciendo!)
Eso sí, yo no soy de levantar falso testimonio sin pruebas: ¿qué me lleva a pensar que los desfavorecidos somos nosotros? Pues miren, nosotros aprendemos a traducir y a ajustar el guión para doblaje (que son dos tareas diferentes que van por separado y sí, el ajuste está mejor pagado) pero en el momento de la verdad nos limitamos al transvase lingüístico, porque siempre hay un señor ajustador que se dedica a que todo «quepa en boca» y si tiene que cargarse tu traducción, pues lo hace; y si al hacerlo no respeta el texto original, estropea un juego de palabras que te ha costado sudor y lágrimas inventar o construye una frase que no tiene sentido, pues lo hace. Porque sí, porque el ajustador normalmente no sabe inglés y no puede comprender los matices del texto origen y porque tiene la potestad y la protección otorgada por el director de doblaje, otra figura muy dada al retoque del guión que te has estado currando durante horas. Pero eso sí, cuando algo nos chirría mientras vemos una película doblada, lo primero que pensamos es «vaya pifia de traducción».
2 comentarios:
Cuánta razón :)
Tienes toda la razón, Marta. Por cierto, el tráiler del documental me ha parecido de lo más interesante. ¿Dónde se puede ver entero?
Sergio
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