Como bien ha dicho Roberto, ahora escribimos desde otro uso horario, pero no se preocupen, que los posts llegarán sin retraso a todos ustedes.
Si algo he visto claro en Londres es que cada persona viene de su padre y de su madre y habla de un modo distinto. Coincidirán conmigo o no, pero eso marca lo que el resto de la sociedad piensa de nosotros y tiene un efecto en nuestros interlocutores. No sólo me refiero a que se hable de forma más o menos culta, con unas u otras palabras, me refiero a todo el espectro de variedades del lenguaje.
Obvio es que una misma lengua no se habla igual en todas partes, ni es igual en cualquier momento histórico, ni hacen uso de ella de la misma forma los diferentes grupos sociales.
Nuestros queridos Hatim y Mason (1990) nos ofrecen una de las clasificaciones de variedades del lenguaje que han perdurado hasta ahora:
En relación con el uso de la lengua nos encontramos con los diferentes registros (variedades diafásicas); mientras que relacionados con el usuario podemos diferenciar lo que de forma generalizada se llaman dialectos y que pueden dividirse en dialecto geográfico (variedad diatópica), temporal (variedad diacrónica), social (variedad diastrática) y los idiolectos, que vienen siendo la forma de hablar de un individuo, porque no me negarán que cada persona habla de una forma, por mucho que comparta características con el hablar de los que le rodean.
Fíjense en que esta clasificación es una de muchas, no vayan a creer que todo lo que H&M dicen va a misa. Por ejemplo Hudson (1980, 40) llegó a la conclusión de que «no existe manera de delimitar las variedades y, por consiguiente, debemos concluir que concluir que las variedades no existen. Lo único que existen son las personas y elementos, y las personas se pueden parecer más o menos entre sí en los elementos que tienen en su lengua» y se quedó tan ancho.
«Y, ¿a qué viene todo este rollo?», se preguntarán. Pues bien, lo crean o no, la variación lingüística puede ser un gran reto a la hora de traducir, ya que confiere un significado connotativo a lo que estamos expresando (Hatim y Mason, 1997). Si de momento nadie se pone de acuerdo con la noción de equivalencia en traducción, aquí tenemos otro motivo por el que discrepar. Y es que el mundo en el que vivimos no es otra cosa que connotación expresada a través del lenguaje y es inevitable encontrar ideas asociadas por los hablantes de una lengua a determinada variedad lingüística. Y visto que no todas las lenguas son iguales y no comparten rasgos dialectales paralelos, nos volvemos a dar de bruces con el gran muro de la inequivalencia.
No existe una solución universal para traducir los diferentes casos de variación lingüística, no se vayan a creer que tenemos respuesta para todo. Lo que si hay y muchas son soluciones ad hoc. Todo dependerá del texto al que nos estemos enfrentando.
Cuando en el texto sólo aparece una voz el problema de la variación no es tan grave y la solución nos la puede dar el mismo skopos, el fin último de la traducción. Por ejemplo, si pretendemos que los estudiantes de biología de la UJI comprendan un texto científico escrito en inglés norteamericano, podríamos perfectamente traducirlo en español estándar y todo resuelto. Receptores del TO y del TM percibirían lo mismo al leer el texto. El intríngulis de la variación lingüística aparece cuando se da más de una voz en el texto. Si varios personajes de un mismo texto se expresan de forma distinta y, más concretamente, de formas que los receptores origen de ese texto pueden asociar a determinada realidad social. Aquí es donde comienza el trabajo duro del traductor, quien deberá encargarse de transmitir las posibles connotaciones derivadas de las diferentes variedades lingüísticas presentes en el texto. ¿Cómo? Buscando pistas y volviendo a crear otras con el mismo efecto en los lectores meta.
A este respecto, me gustan especialmente los postulados de Roberto Mayoral en La traducción de la variación lingüística (1999). En este monográfico, Mayoral repasa las diferentes teorías relacionadas con la variación tanto en los ámbitos de la lingüística y la sociolingüística como en los estudios traductológicos. Mucho se ha hablado de lo «escondido» en el lenguaje, de los matices, en ocasiones sólo comprensibles por el hablante nativo de la lengua de origen. Existen marcadores, pistas de contextualización o estereotipos que posibilitan al receptor asignar los parámetros sociolingüísticos del contexto, i.e. enmarcar determinado texto en una situación.
Éstas son las pistas que, cual sabueso, debe encontrar el traductor en el texto meta y centrarse en aquellas que sean más pertinentes para «resolver la traducción de la forma más económica (eficaz) posible» (Mayoral, 1999)
Eso sí, no me vayan a confundir pequeños rasgos con adaptar totalmente a un personaje, que ya me veo a gente proponiendo el asturianu para el inglés de Sheffield, que como total, en ambas regiones hay minas… ¡que hay traductores muy brutos! Lo ideal sería hacerse una imagen mental de qué entiende el receptor origen cuando decodifica el texto y buscar en nuestro amplio acervo lingüístico algo que provoque esa misma sensación en el receptor meta.
Pero como en todo, cada maestrillo tiene su librillo y la práctica —más que la investigación teórica— es la que va a arrojar luz sobre nuestro mar de dudas sobre la equivalencia lingüística. Aquí van algunas propuestas, cada cual que decida si le vienen bien o no:
Las variedades diacrónicas pueden conseguirse con pequeñas modificaciones de la gramática o uso de términos arcaizantes.
Las diastráticas y diafásicas pueden determinarse por el uso de ciertas palabras, expresiones o jergas utilizadas por parte de un grupo social o en un contexto determinado.
Las variedades diatópicas son quizás las más peliagudas, porque no sólo indican la procedencia del hablante, sino que van cargadas de todas esas connotaciones de las que antes les hablaba. Por ejemplo, en un texto literario si es totalmente relevante la procedencia puede añadirse algo como «dijo con un acento claramente de x». Aún así, no soy yo muy amante de las adiciones.
Lo dicho, soluciones hay interminables listas y de todos los colores. Cada texto tiene una idiosincrasia y no seré yo quien venga a escribir the ultimate manual de cómo traducir las variedades del lenguaje.
Piensen un poco, ¿ustedes qué soluciones prefieren?
Pasen una buena tarde (seguro que no tan lluviosa como aquí).
2 comentarios:
Me parece superinteresante. Me ha hecho pensar en cómo por ejemplo las variedades lingüísticas de los enanitos en Blancanieves y de la reina (diastrática los unos, diacrónica/diastrática la otra) se plancharon todas en su traducción de la peli al español, haciendo que unos mineros sin estudios hablaran el mismo español que una reina malvada. Nada más lejos del original.
Y respecto a las diatopicas, es una putada, sierto, pero también es verdad que pragmáticamente muchas veces disfrazamos una variedad diatópica de diastrática mediante el uso de personajes estereotipados, etc. Igual podemos atacar un poco por ahí, digo yo.
No sé. Ideas que me vienen.
Me encanta lo del uso de los estereotipos a la hora de traducir variaciones diatópicas (aunque igual es un poco cruel... :D)
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